jueves, 3 de noviembre de 2011

El amor no es una fachada rosa, nace mientras se hace, y crece.
Te cambia, te devora, y te manipula. Te llena y te vacía, como épocas de lluvia o de sequía.
No tiene fronteras porque no sabe amar con ellas, no sabe amar con muros, sabe amar con la piel, con los ojos, a voces. No tiene color, ni sombra.
Te enseña como quererte queriendo, y sin querer. Te enseña a valorar la soledad, a echarla de menos, y aun así, hacerte feliz.
El amor es caprichoso y acaparador. Es vicioso, y continuo. Es un bucle que no tiene fin, cuando lo pruebas no puedes dejar de hacerlo, ni probarlo.
Es químico y físico. Te arranca el corazón para enseñártelo, rompértelo y tirártelo. Después tú aprenderás a construirlo y saber cuáles son sus debilidades, qué le hace frágil.
Es orgásmico y tentador, es sutil y pasional, es fuego, es energía.
A veces te devuelve la vida, y otras en cambio te la quita. El amor lo puede todo, puede volver a un hombre cuerdo, o aún más loco. Te hace fuerte, sin saber por qué.
Es un día, un segundo o una vida entera, porque no tiene tiempo, no tiene prisa.
Te saca el odio que llevas dentro, te hunde, te deprime, de abandona, te deja solo, una vez que se ha saciado contigo.
Es voraz, insaciable, te pone boca abajo y del revés, te da mil vueltas y vuelve a ti.
No tiene reglas, ni educadores, ni palabras, porque es, es, es ahora o nunca, es... es... es...
No vive en el pasado, ni el futuro, es añoranza, pena y miedo.
Te da brillo a la mirada, y te vuelve gilipollas.
Te acaricia el alma, de una forma mágica, te devuelve la esperanza y la fuerza.
Le da voz a tu corazón para que diga lo que tu cabeza no es capaz de decir, o hacer. No tiene ningún control, es indomable.

El amor lo es todo, lo puede todo.

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