miércoles, 21 de marzo de 2012

Realidad

El ambiente, más allá de las crudas realidades superficiales, la tranquilizadora corriente subterránea de la vida, aún palpita en la ciudad.
Hay comidas que preparar, camas que hacer, niños que llevar a la escuela y trabajos que atender. 
Hay cosas como el viaje a casa después del trabajo, la cena por la noche, el libro, la televisión, o quizá incluso un espectáculo fuera (una película, una obra de teatro o un concierto) para pasar la velada, y después la cama, y quizá los placeres (o para algunos el tormento) del sexo, seguidos del sueño que cada uno pudiera conciliar, profundo o difícil y entrecortado. 
La acumulación de días como esos (con sus rutinas de las que pocas veces nos apartamos), constituye para la mayoría de nosotros el cauce general de nuestra vida consciente.
La felicidad en pareja o la infidelidad en el matrimonio, la profesión que inspira o la ocupación que embrutece la relación íntima trascendente o la relación prosaica o inexistente...
Todos los placeres y dilemas, el espectro completo de la experiencia humana, se manifiesta en los paisajes sociales, estén o no rodeados por un muro.

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